Por Ramon Coratelo
El choque de las civilizaciones de Samuel P. Huntington se vive con furiosa intensidad en las redes sociales, el foro al alcance de todos donde reina la más amplia libertad de expresión con todas sus ventajas e inconvenientes. Y las redes vienen cargadas de discursos islamistas amenazadores, profundamente misóginos, que pronostican una Europa futura sometida al Islam. La implantación universal de la Sharia, con su tratamiento de las mujeres como seres de segunda categoría, sin derechos, esclavas de los hombres, los dueños de la creación.
El Islam: vive en 1361, la baja edad media. Ya sé que este cómputo es un disparate, pues presupone una interpretación eurocéntrica de la cronología universal. Pero vale como licencia poética y tiene bastante expresiva. Viene a decir que el Islam no ha llegado todavía al momento de la Reforma, del cuestionamiento del dogma por la razón, de la aparición del individualismo y su efecto concomitante de los derechos humanos, que son derechos del individuo. Recuerde la célebre cita de Azaña: «la libertad» (el derecho humano por excelencia) «no hace felices a los hombres; los hace, sencillamente, hombres». Para el Islam, la libertad del ser humano consiste en su sumisión absoluta a los designios del Todopoderoso, interpretados por los santones de turno; es decir, la libertad es la ausencia de libertad. En cuanto a la igualdad, ni saben lo que es.
Al Islam todavía no le ha llegado el discurso sobre la dignidad del hombre, de Pic de la Mirandola. Y no hablemos del de la dignidad de la mujer, que tampoco ha terminado de llegar a Occidente. Porque las mujeres islámicas son esclavas, propiedad de los hombres, esposas o concubinas, una o varias, da igual. Literalmente, son rebaño. Y esto es lo que predican en las mezquitas ya través de las redes sociales unos fanáticos que se diferencian de los burros en la cantidad de patas sobre las que caminan.
La izquierda -y el feminismo con ella- apoya al islamismo en el contexto de la actual guerra entre Israel y el Islam, algo muy respetable. Es derecho de cada uno tomar partido en las guerras sobre todo si tocan fibras tan profundas de la conciencia -y la subconciencia- colectiva como ésta. Pero la toma de partido en un conflicto concreto debe separarse analíticamente de la cuestión más amplia de la convivencia entre la civilización occidental, básicamente cristiana, y la islámica.
Por eso es difícil entender el silencio cómplice del feminismo con la misoginia islámica, con la consagración del feminicidio. Las indescriptibles salvajadas perpetradas por los asesinos de Hamás, sobre las que se callan la izquierda y el feminismo, son un aviso de que espera los judíos si Israel cae. Y, si Israel cae, de lo que tienen reservado para todo Occidente.
En realidad, esta guerra proporciona un telón de fondo propicio para una nueva explosión de la lacra eterna de Occidente que siempre ha sido el antisemitismo, hoy disfrazado de otra fábula, la del antisionismo. El odio a los judíos, una pulsión colectiva/individual de raíces muy oscuras que va desde la diáspora y las expulsiones en masa hasta el holocausto, pasando por el caso Dreyfus o los pogromos, un odio ancestral que, como el magma del núcleo de la tierra, acaba siempre saliendo a la superficie llenándola con sus mefíticos olores.
https://cotarelo.blogspot.com/2024/01/israel-lislam-i-el-feminisme-ocidental.html?m=1

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