LA VANGUARDIA – MARTES, 2 ABRIL 2024

Crisis en Oriente Medio

Shlomo Ben Ami

Exministro de Exteriores israeli

La abstención de Estados Unidos en la votación de la resolución del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas que pide un alto el fuego de dos semanas en Gaza vinculado a la liberación de rehenes israelies debe interpretarse como una senal estadounidense de desagrado por la forma en que Netanyahu dirige la guerra y su rotunda negativa a abordar ideas para lo que debe venir después. El desmesurado ataque de Netanyahu a la negativa de Estados Unidos de vetar la resolución constituye una cínica treta política dirigida a la base de su poder político, a la que necesita demostrar que es el protector incondicional de los intereses nacionales aunque eso suponga desafiar al único aliado y benefactor de Israel.

Pura política, nada más. Es muy posible también que Netanyahu sepa que ni siquiera un ataque a gran escala contra Rafah, al que se oponen los estadounidenses, logrará reportarle la «victoria total» que supuestamente busca v, por lo tanto, que esté preparando el terreno para culpar a Estados Unidos del incumplimiento de la promesa hecha a su derechista base política. Ne-tanyahu ha sobrevivido en el poder a cuatro presidentes esta-dounidenses; con tres de ellos ha tenido sonoras disputas con el objeto de demostrarle a su base electoral hasta dónde puede llegar en su defensa de los intereses de la nación. El único con el que no se ha peleado ha sido Donald Trump.

El resultado:

tramar con él que Estados Unidos se desvinculara del acuerdo nuclear con Irán, una medida que ha dado a los iraníes rienda suelta para lanzarse a conseguir la bomba. Iran es hoy un Estado umbral nuclear. Resulta difícil imaginar una maniobra mas autodestructiva para la seguridad estratégica de Israel.

Joe Biden establece una clara distinción entre Israel y Netan-yahu, cuyo comportamiento irresponsable se ha convertido en una amenaza para los intereses estratégicos de Estados Unidos en Oriente Medio y en un obstáculo para cualquier tipo de solución política que no sea la perpetuación de la ocupación.

En realidad, Netanyahu no es considerado un aliado de Estados Unidos en ningún ámbito, y la percepción estadounidense sobre su búsqueda de un enfrentamiento frontal con la presidencia de Biden se ha convertido ya en hipótesis de trabajo.

Un reciente informe de los servicios de inteligencia estadounidenses alude a él como si fuera el dudoso presidente de una república d Asia Central o Sudamérica cuyo liderazgo «es-tá en peligro». Desde el 7 de oc-tubre, el amor y el respaldo de

Biden a Israel han prevalecido sobre su profunda animadversión hacia Netanyahu. Biden sabe por experiencia personal en tanto que vicepresidente de Ba-rak Obama que Netanyahu ha apostado con los republicanos y los evangélicos en Estados Unidos y que ha desafiado las presidencias con su arrogancia característica.

Sin embargo, es hoy un presidente demócrata quien ha salvado a Israel de un aprieto de magnitud inédita desde la creación del Estado. Las consideraciones estratégicas generales y un genuino amor por Sión, pese a pagar por ello un elevado precio político interno (el tipo de pago que Netanyahu nunca habría hecho por ningún valor) han llevado a Biden a acudir en ayuda de Is-rael.

Los estadounidenses discrepan acertadamente de Israel por su negativa a afrontar la cuestión del día después de la guerra. Se supone que la guerra tiene sentido en el contexto de un objetivo político. Por lo tan-to, en ausencia de una estrategia de salida política, el plan de Ha-mas de vietnamizar el campo de batalla tiene visos de ser capaz de engullir a Israel en el lodo ga-zatí. Los ecos de la famosa cita del coronel Harry Summers en su libro On strategy about the Vietnam war deben escucharse también en Gaza.

«Sabéis que nunca nos habéis derrotado en el campo de batalla», replicó el oficial, «pero también es irrelevante.» Lo que importa es el desenlace político. De lo contrario, el uso de la fuerza puede derivar en puro nihilismo, en un deseo de maximizar el poder como objetivo exclusivo. Pese a todo, Netanyahu sigue negándose a abordar la cuestión de un acuerdo político de posguerra para la devastada Franja, por no hablar de una visión a más largo plazo para la solución del problema

La política de Hamas de ‘vietnamizar’ el campo de batalla puede engullir a Israel en el lodo gazati. Da la impresión de que, para Netanyahu, la guerra tiene ahora un objetivo político muy limitado: mantener la cohesión de su coalición de extrema derecha. Una coalición que se disolvería en cuanto avanzara hacia cualquier acuerdo de posguerra que no supusiera una ocupación continuada o una limpieza demográfica y una recolonización de la Franja por colonos israelíes.

El plan de paz de Joe Biden para Oriente Medio, que pasa por recuperar el camino hacia una solución de dos estados y la plena normalización de las relaciones entre Israel y el mundo árabe, ofrece a israelíes y palestinos la oportunidad de salvar los respectivos proyectos nacionales del naufragio de sus propias políticas autodestructivas.

Biden reconoce que los avances hacia la paz israelo-árabe se han producido históricamente tras grandes guerras y cambios es-tratégicos. Sin embargo, en este caso, las perspectivas de una resolución diplomática siguen siendo poco halagüeñas dadas las preocupaciones de seguridad y las ambiciones territoriales de Israel, y también lo que los israelíes consideran demandas inflexibles de los palestinos.

Lograr que la solución de los dos Estados pase de tópico di-plomatico util a realidad viable constituye una tarea hercúlea.

Con todo, ahora que se ha resucitado esa idea como panacea a los males de la región, como elemento imprescindible de una visión de Oriente Medio donde Estados Unidos, Israel y el mundo árabe estén unidos en un sistema regional de paz y se-guridad, lo menos que se debe Israel a sí mismo y también a Estados Unidos es ensayar por última vez la viabilidad del concepto de un Estado palestino totalmente desmilitarizado.

Israel tendrá que elegir uno de estos dos caminos: aceptar como base para las negociaciones el plan Biden, cuya esencia es un cambio gradual en la dina-mica política de Oriente Medio y la arquitectura de seguridad de la región; o atenerse al plan Netanyahu, que supone mantenerse en el poder, negar la realidad geopolitica subordinándola a necesidades políticas y personales, hacer caso omiso de la relación entre los criminales ataques terroristas del 7 de octubre y la causa palestina, precipitarse con los ojos abiertos hacia la realidad de «un único Estado» y el aislamiento inter-nacional. Hay argumentos de peso contra el plan estadouni-dense: es demasiado ambicioso, tiene demasiados cabos sueltos y variables independientes, no hav una suficiente sincroniza-ción de los intereses, algunos interlocutores regionales no son creíbles… por lo tanto, es posible que Estados Unidos se esté colocando a sí mismo en la senda del fracaso. Ahora bien, el princido de cabilidad, nino es hecho de que Netanyahu se niegue a darle una oportunidad

Además, Washington admite que, en realidad, no cuenta con aliados en el sistema político is-raelí; ni siquiera entre los partidos de la oposición, que se apresuran a repetir el rechazo expresado por el primer ministro.

Las próximas elecciones presidenciales estadounidenses añaden otra capa de incertidumbre.

La máxima prioridad debería ser ahora poner fin a la matanza y estabilizar la región. Sin embargo, al vincular la búsqueda de un alto el fuego a la desvaída perspectiva de una solución de dos estados, los diplomáticos estadounidenses se arriesgan a prolongar el conflicto y permitir que Netanyahu una al país tras su desacreditado liderazgo y salve con ello su carrera políti-ca. La verdad es que ninguna fórmula de salida funcionará mientras la coalición de Netan-yahu esté en el poder.

Netanyahu sabe perfectamente que todo el proyecto puede derrumbarse. como ha ocurrido siempre, a causa del comportamiento de los palesti-nos: pero su coalición de extremistas mesiánicos y supremacistas judíos no le permitirá siquiera el ejercicio táctico de dar un si condicional a la visión de Biden. Las diferencias entre Hamas y la OLP respecto a la aprobación de los Acuerdos de Oslo, que incluyen el reconocimiento de Israel y el abandono de la lucha armada (dos condiciones sin las cuales la comunidad internacional no aceptará a Hamás como interlocutor político legítimo), no solo constituyen un importante obstáculo para la administración de una Gaza de posguerra sino también para la visión más amplia de una solución de dos Estados. Si había alguna duda al respecto, ésta ha quedado disipada con la reciente publicación de un documento de 18 páginas donde Ha-mas explica las razones de la guerra, pero no ofrece ningún objetivo político razonable. El documento trata básicamente de la necesidad de castigar al «ocupante sionista». No hace referencia alguna a la asociación con la OLP, a la solución política deseada ni a la voluntad de examinar la fórmula de los dos estados. La causa de Palestina padece, pues, una división hasta ahora irreconciliable entre las dos ramas de su movimiento nacional. La OLP de Abbas está comprometida con una Palestina indivisa desde el río hasta el mar.

Hay que salvar a Israel a pesar suyo, como planteó hace muchos años el ya fallecido diplomático estadounidense George Ball. Las sanciones que Estados Unidos y algunos países europeos han impuesto a los colonos judíos por su acoso a los palestinos locales constituyen un precedente que marca un cambio en las reglas de juego. Israel va no es inmune a las sanciones internacionales, y es posible que en el futuro se castiguen otras esferas de sus actividades en los territorios ocupados. Israel ha demostrado ser un ocupante irresponsable; y nunca antes se habian dado condiciones más propicias para el establecimiento de un mandato internacional que transfiera la responsabilidad sobre los territorios a unal administración internacional.

Traduccion: Juan Gabriel Lopez Guix

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