Irán: Tres décadas de terrorismo, represión y odio
Durante los últimos 30 años, la República Islámica de Irán ha consolidado su posición como uno de los actores más desestabilizadores del orden internacional. No se trata únicamente de una cuestión regional: su influencia negativa y su red de operaciones terroristas se extienden mucho más allá del Medio Oriente. Irán se ha convertido en enemigo declarado no solo de ciertos países, sino de los valores fundamentales del mundo libre: democracia, derechos humanos y convivencia entre pueblos.
Una historia de atentados y terror global
Desde la década de los noventa, Irán y sus representantes —especialmente la Guardia Revolucionaria y la organización terrorista Hezbolá, respaldada directamente por Teherán— han estado implicados en numerosos atentados internacionales.
Entre los más recordados:
Buenos Aires, 1992 y 1994: El atentado contra la Embajada de Israel (1992) y contra la sede de la AMIA (1994) dejaron más de 100 muertos y cientos de heridos. Ambos fueron organizados por Hezbolá con apoyo logístico y financiero del régimen iraní. Atentados en Europa y Medio Oriente: Irán ha estado vinculado a tramas terroristas en países como Bulgaria, Tailandia, Chipre, Arabia Saudita y Bahréin, entre otros. Apoyo a grupos extremistas: Hamas, la Yihad Islámica Palestina, los hutíes en Yemen y milicias chiitas en Irak y Siria son solo algunos de los grupos armados que reciben financiamiento, armas y entrenamiento desde Teherán.
Este accionar no responde únicamente a una estrategia geopolítica, sino a una ideología profundamente radical, expansionista y violenta.
Opresión sistemática al pueblo iraní
Mientras el régimen financia guerras por poder fuera de sus fronteras, el pueblo iraní paga el precio con represión, censura y miseria. Las protestas populares —desde las del Movimiento Verde en 2009 hasta las recientes manifestaciones por los derechos de las mujeres tras el asesinato de Mahsa Amini en 2022— han sido brutalmente sofocadas.
Las libertades básicas están anuladas:
Las mujeres viven bajo un férreo control social y legal. La disidencia política se castiga con prisión, tortura o muerte. Las minorías religiosas y étnicas (como los bahá’ís, kurdos, árabes y baluches) sufren persecuciones sistemáticas. La libertad de expresión está prácticamente extinguida, con periodistas, activistas y artistas constantemente silenciados.
Un odio visceral y sistemático contra los judíos
Uno de los pilares ideológicos del régimen iraní es su antisemitismo abierto y su negación del Estado de Israel. La retórica de los líderes iraníes —desde el ayatolá Jameneí hasta los comandantes de la Guardia Revolucionaria— no deja lugar a dudas: Irán no critica la política de Israel, sino que niega su derecho a existir.
Este odio no es solo simbólico. Irán:
Financia organizaciones cuyo objetivo explícito es la destrucción del Estado judío. Organiza y celebra conferencias de negacionismo del Holocausto. Promueve teorías conspirativas antisemitas en medios estatales y discursos oficiales. Intenta asesinar líderes y ciudadanos judíos en distintos países del mundo.
Conclusión: Un régimen que amenaza al mundo libre
Irán no es simplemente un Estado con el que existen tensiones diplomáticas. Es un régimen teocrático que, desde hace más de 30 años, combina opresión interna, exportación de terrorismo y odio sistemático. Frente a ello, el mundo no puede seguir mirando hacia otro lado. Apoyar a la disidencia iraní, sancionar al régimen y proteger a sus posibles víctimas no es solo un imperativo moral: es una necesidad estratégica para todos los que creemos en la libertad, la paz y la dignidad humana.

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