Hoy no solo estamos enfrentando una guerra física, sino una aún más insidiosa: la guerra de la desinformación. En medio del conflicto entre Israel, Irán y Hamas, se hace evidente lo fácil que es señalar con el dedo a Israel. Lo ha sido históricamente. Apuntar al judío siempre fue una salida simple para las narrativas del odio. El antisionismo moderno, bajo su máscara ideológica, no es más que otra forma de antisemitismo.

Después de la Primera Guerra Mundial, los expertos en propaganda crearon una fórmula peligrosa: «La culpa de la guerra la tienen los judíos y los que andan en bicicleta». Una frase que, aunque absurda, tenía un propósito: desviar la atención racional hacia un enemigo simbólico, y en ese caso, el judío fue designado chivo expiatorio. Si se asumía sin cuestionar que los ciclistas no tenían nada que ver, también se aceptaba sin reflexionar la falsa culpabilidad de los judíos.

Hitler lo entendió bien. En sus discursos, acusó a los judíos de traer la circuncisión —como un “defecto físico”— y la moral —como un “defecto espiritual”—. Pero eso que él llamó defecto es, en verdad, la luz que el pueblo judío trajo al mundo: la ética, la justicia, los valores que forman las bases de las sociedades libres.

Hoy resulta trágico y paradójico ver cómo movimientos que luchan por derechos, como el colectivo LGTB en sus representaciones políticas, acusan a Israel de genocidio. Justamente en Israel, estas comunidades gozan de libertades, representación política y protección legal. Mientras tanto, en muchas repúblicas islamistas, ser homosexual puede llevar a la tortura, la muerte por apedreamiento o el lanzamiento desde edificios.

Y sin embargo, los titulares internacionales comienzan cuando Israel se defiende, no cuando es atacado. Este doble estándar mediático construye una narrativa falsa, invirtiendo al agresor por la víctima. No se menciona que Hamas utiliza hospitales y escuelas como escudos humanos. No se contextualiza que Israel avisa antes de atacar para minimizar víctimas civiles, algo inédito en la historia de las guerras modernas.

Mientras se lo demoniza, Israel es el único país de Medio Oriente con libertad de culto, de prensa, y representación parlamentaria para judíos, cristianos, musulmanes, drusos y otras minorías. Es también el único en toda la región donde mujeres, miembros del colectivo LGTB y personas de distintas religiones pueden vivir en libertad.

Frente a las acusaciones de odio, conviene recordar también con orgullo que el pueblo judío ha contribuido al mundo de forma extraordinaria: más de 20% de los premios Nobel, avances revolucionarios en medicina, ciencia, derecho, ética, derechos civiles y tecnología. ¿Cómo es posible que un pueblo con tan pequeña proporción de la población mundial haya ofrecido tanto, y reciba a cambio tanto odio?

Esta guerra no es solamente territorial. Es espiritual. Es una lucha entre apertura y cerrazón, entre la verdad y la manipulación, entre la luz y la oscuridad. Una lucha por los valores, por la conciencia, por la humanidad misma.

Te invito a reflexionar con honestidad:
¿Estoy del lado correcto de la historia?

Porque llegará el día, como anuncia el profeta Isaías:

“El lobo morará con el cordero… y convertirán sus espadas en arados, y no alzará espada nación contra nación, ni se adiestrarán más para la guerra.”
(Isaías 11:6 y 2:4)

Federico Pipman

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