El algoritmo como arma de guerra: En un mundo donde la emoción precede al pensamiento, el relato visual es el nuevo campo de batalla ideológico.
John Berger, en su obra fundamental ¨Ways of Seeing¨, plantea una idea tan poderosa como sencilla: ver nunca es un acto pasivo ni inocente. Todo lo que miramos está condicionado por nuestra cultura, ideología, contexto histórico y, sobre todo, por quién controla las imágenes que vemos.
Detrás de cada imagen hay una elección: qué mostrar, desde qué ángulo, con qué intención. Y, por lo tanto, quien controla las imágenes, controla el imaginario colectivo.
Mirar no es simplemente recibir información visual: es interpretar, juzgar, posicionarse. Pero eso solo es posible si somos conscientes de que toda imagen es política. Como escribe Berger:
«El modo en que vemos las cosas está afectado por lo que sabemos o creemos.»
Por eso, aprender a mirar —con atención, con conciencia, con pensamiento crítico— es un acto profundamente político. Implica recuperar autonomía en un mundo donde las imágenes son seleccionadas, editadas y transmitidas con objetivos específicos.
El conflicto entre Israel y HAMAS no se libra solo en el terreno militar: se libra también en el campo de batalla simbólico. En una época donde la opinión pública global se forma principalmente a través de imágenes en redes sociales y medios digitales, la guerra por el control del relato visual se vuelve tan decisiva como la guerra física en el campo de batalla.
En este sentido, HAMAS ha desarrollado una estrategia mediática clara: controlar el flujo de imágenes desde Gaza para manipular la percepción internacional. Las imágenes que el mundo occidental recibe son, en un 90%, producidas o distribuidas por agencias alineadas, directa o indirectamente, con el régimen de HAMAS. Esas imágenes muestran sufrimiento civil —real, doloroso y trágico—, pero ocultan deliberadamente el contexto militar que lo genera: cohetes lanzados desde escuelas, túneles bajo hospitales, escudos humanos forzados, el robo de la ayuda humanitaria, en otras palabras el uso cínico e intencional de la población civil como carne de cañón mediática.
HAMAS busca maximizar el sufrimiento de su propio pueblo como herramienta para derrotar políticamente a Israel. Cuanto más desgarradoras las imágenes, más presión internacional sobre Israel. Es una lógica perversa pero bien pensada: provocar una guerra, victimizarse en la derrota, ganar en la imagen lo que no se puede ganar en el campo de batalla.
El resultado de esta estrategia visual es devastador: una gran parte del mundo observa el conflicto con los ojos ya formateados, con emociones ya guiadas, con un juicio ya emitido.
El sufrimiento palestino se vuelve hipervisible, mientras que el terrorismo de HAMAS queda invisible. Las imágenes circulan sin contexto, sin historia, sin crítica. Y el público occidental —bienintencionado pero desinformado— se convierte en un cómplice involuntario de una narrativa construida para manipularlo.
Volviendo a lo que plantea Berger: ver es también pensar. Y en tiempos donde las redes sociales dominan la forma en que accedemos a la información, esa tarea se vuelve cada vez más difícil. Los algoritmos no están diseñados para informarnos, sino para captar nuestra atención, mostrándonos aquello que genera más interacción —generalmente lo más impactante, emocional o polarizante—. Así, lo que vemos no es una representación fiel de la realidad, sino una versión recortada, amplificada y emocionalmente cargada, que muchas veces refuerza prejuicios en lugar de desafiarlos.
Cuestionar lo que vemos no es negar el sufrimiento de los civiles palestinos, sino reconocer que el dolor también puede ser manipulado, instrumentalizado y convertido en herramienta de poder. Y sólo si somos conscientes de eso, podremos acercarnos a una comprensión más justa y humana del conflicto.
Mientras sigamos mirando solo lo que nos muestran, sin preguntarnos qué se oculta detrás, seguiremos siendo cómplices —sin quererlo— del sufrimiento que decimos querer frenar.
Ver con pensamiento crítico, con contexto y con empatía verdadera, es el primer paso para construir una salida real. Una que no se base en la manipulación ni en el odio, sino en la dignidad de todas las vidas humanas.
Porque en tiempos de guerra simbólica, ver bien es hacer el bien.

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